Por: Rafael Barón Duluc
Senador de la República
En tiempos en que la coherencia se ha vuelto un bien escaso, y el liderazgo muchas veces se confunde con popularidad momentánea, vale detenerse a reconocer trayectorias que, desde el silencio del deber cumplido, iluminan el presente y siembran futuro. Tal es el caso de monseñor Jesús Castro Marte, quien este mes de junio celebra 30 años de vida sacerdotal. No se trata solo de una cifra, sino de un verdadero símbolo de entrega, fe y compromiso con el pueblo dominicano.
Monseñor Jesús Castro Marte no ha sido un sacerdote cualquiera. Ha sido educador, rector universitario, formador de generaciones, obispo auxiliar, y hoy obispo diocesano de Higüey, en la tierra sagrada de Nuestra Señora de La Altagracia. Pero más allá de los cargos, su vocación ha sido testimonio constante de servicio desde la fe, con un profundo compromiso social y una mirada serena, firme y valiente frente a los grandes temas del país.
Durante tres décadas ha acompañado comunidades, guiado conciencias, defendido la dignidad humana, la familia, la vida, la justicia social y el valor de la educación. Ha hablado claro cuando se ha requerido, sin temores ni cálculos políticos. Y lo ha hecho no para dividir, sino para orientar. En su voz resuena la voz de un pastor que no se desentiende de la realidad, que no se encierra en los templos, sino que camina junto a su pueblo, lo escucha y lo defiende.
Su liderazgo ha sido fundamental en momentos en que el país ha enfrentado retos morales, sociales y espirituales profundos. No ha dudado en señalar la necesidad de mayor inversión en justicia, de orden social en nuestras calles, de respeto por la mujer dominicana, de responsabilidad en el tratamiento a la migración, y de integridad en la vida pública. Siempre con respeto, pero también con una claridad que solo pueden tener quienes viven para servir, no para agradar.
En sus 30 años de sacerdocio, monseñor Jesús Castro Marte ha encarnado lo mejor de la tradición cristiana dominicana: la fe que se hace acción, el evangelio que se convierte en guía para la vida civilizada, el liderazgo que nace del ejemplo. En tiempos de ruido, él ha sido palabra con sentido. En tiempos de confusión, ha sido faro. En tiempos de desconfianza, ha sido rostro confiable.
Reconocer su trayectoria no es solo un gesto de gratitud, es también una afirmación de lo que queremos como país. Porque necesitamos más líderes con vocación, más figuras que ejerzan su rol con autoridad moral, y más dominicanos y dominicanas que comprendan que servir es el más alto privilegio.
Treinta años de vida sacerdotal no se celebran únicamente con aplausos; se celebran con compromiso. Con la firme voluntad de seguir construyendo una sociedad más justa, más humana, más espiritual y más coherente. Que su ejemplo inspire a todos, creyentes o no, a elevar la mirada, fortalecer la conciencia y dignificar el servicio público y social.
Gracias, monseñor. Su ministerio no solo honra a la Iglesia. Honra a la República.